En un mundo donde la perfección parece un ideal inalcanzable, existe un rincón de California que demuestra lo contrario. Allí, cada tornillo, costura y superficie cobra un nuevo sentido, transformando el pasado en presente y el presente en pura emoción.

POR LAS MANOS DE ESTE EQUIPO ya habían pasado medios de transporte realmente especiales: desde un LaFerrari Aperta, hasta una Honda GP de 250 cc o incluso un Triumph Herald restaurado artesanalmente. Sin embargo, ninguno de ellos se compara con lo que estaba por venir.
Con total naturalidad, Maz Fawaz, de Singer Vehicle Design, entregó la llave de la felicidad, estamos ante el “Fuji” Classic Turbo, un coche que, contemplado de cerca, impacta como una película de Tarantino. Curiosamente, el Porsche mantiene proporciones compactas, propias de la era 964, negándose a parecer más grande de lo que realmente es.
Singer no era un territorio desconocido. Anteriormente, el equipo había tenido acceso a una restauración atmosférica Classic que cambió la percepción de lo que un coche “viejo” podía transmitir, un 911 en el que cada detalle crucial había sido restaurado o perfeccionado con obsesiva atención.
Aunque su apariencia remitía a curvas y líneas más antiguas que las del 964 original, su conducción evocaba modernidad pura, más rápido, con mejor agarre y frenos superiores incluso a los de un RS de época, pero conservando el tamaño contenido y la silueta atemporal de los 911 anteriores al 996.
De esta evolución surgió el Classic Turbo, inspirado en el legendario 930 de los años setenta. Hoy es la propuesta principal de Singer, el cliente entrega un coche donante y una inversión capaz de hacer temblar la cuenta bancaria del mismísimo Jeff Bezos y la marca hace el resto. “Los Classic y los Classic Turbo no comparten casi nada más allá del motor y el monocasco del 964”, confirma Fawaz.

Esto refleja la ambición técnica de la firma y el aprendizaje acumulado en los proyectos DLS. El objetivo pasa por lograr restauraciones más consistentes, con tolerancias más estrictas y una rigidez estructural superior. Los resultados hablan por sí solos, de menos de un coche al mes en sus primeros años, Singer alcanzó 27 unidades en 2021 y 140 en 2023, cifra que planea mantener y probablemente aumentar en el futuro.
La complejidad técnica también ha escalado. “Con el Classic bastaba con ABS; no necesitaba más. Pero el Classic Turbo exigía sistemas de tracción y estabilidad modernos, lo que nos obligó a dar un salto gigantesco”, explica Fawaz.
El encuentro con el Fuji Classic Turbo
Tras un recorrido exigente, nuestro compañero detuvo el coche y apagó el motor. Salió del habitáculo con las piernas aún temblorosas, rodeado por un silencio que contrastaba con el rugido del bóxer de seis cilindros.
Una brisa oceánica atravesaba la maleza reseca, los componentes calientes chirriaban al enfriarse y a lo lejos, el Pacífico golpeaba la costa con un estruendo amortiguado, semejante a una tormenta distante. Fue un momento de claridad absoluta, de esos que se graban en la memoria y se reconocen como eternos.

La historia de Singer está íntimamente ligada a la de su fundador, Rob Dickinson. Antes de dedicarse a los coches, Dickinson fue músico. Su canción “Black Metallic”, escrita sin pretensiones en la casa de sus padres, se convirtió en éxito cuando la emisora angelina KROQ la impulsó hasta convertirla en himno.
California se enamoró de Catherine Wheel, la banda de Dickinson y él terminó enamorándose de California. El destino acabaría por unir sus pasiones, el diseño de automóviles y la cultura Porsche. Su primer 911 personalizado se convirtió en fenómeno en Los Ángeles y despertó tal demanda que dio lugar al nacimiento de Singer Vehicle Design.
Singer nació bajo una máxima simple: todo se puede mejorar, incluso lo que ya parece perfecto. Esa idea explica por qué cada tornillo, costura y superficie de un Classic Turbo transmite armonía. Las piezas de fibra de carbono reemplazan al acero original sin alterar las proporciones, reduciendo peso y añadiendo rigidez.
El titanio se usa en escapes y elementos de fijación por su ligereza y durabilidad, mientras que la pintura recibe capas de un brillo profundo que hace recordar a trabajo de alta joyería. Cada Classic Turbo no es un coche restaurado, sino reinterpretado, reimaginado y prácticamente hecho desde cero, una obra de ingeniería artesanal con espíritu contemporáneo.

Una carretera exigente: Deer Creek
El Fuji Classic Turbo, vestido en Turbo Racing White, equipa asientos bucket tapizados en tartán verde, apenas lleva alfombra y luce arneses colgando de una semijaula. Una configuración que invita tanto a disfrutar de un viaje como a exprimir el coche en una carretera exigente. Esa carretera fue Deer Creek, una subida empinada y sinuosa que examina sin piedad la dinámica de cualquier coche, su capacidad de frenar, cambiar de dirección y mantener la estabilidad bajo presión.
Las primeras sensaciones fueron contundentes. Los asientos ofrecían la combinación perfecta de comodidad y sujeción; los neumáticos Michelin Pilot Sport (245/35 delante y 295/30 detrás en llantas de 18”) garantizaban un agarre sobresaliente. Con un peso cercano a los 1.280 kilos, este 964 transformado resultaba ligero y compacto, con una dirección hidráulica vibrante y comunicativa.

Cuando todo alcanzó la temperatura adecuada, la aceleración reveló su carácter. A diferencia de los deportivos modernos, aquí no había sensación de masa arrastrada por la potencia, sino de fuerza bruta enfrentándose a muy poca resistencia.
Era empuje puro, acompañado por el rugido metálico del escape de titanio. El motor, un 3.8 litros evolución del clásico Mezger, con turbocompresores de geometría variable heredados del 992, superaba los 500 CV en esta unidad. El cambio manual de seis marchas, desarrollado por Ricardo, ofrecía recorridos cortos y precisos, recordando por qué una transmisión manual sigue siendo un deleite insustituible.
Cada curva de Deer Creek era una coreografía entre motor y chasis. En tercera, el turbo soplaba con una progresión lineal que mantenía el eje trasero bien plantado; en segunda, el empuje era brutal, obligando a jugar con la dirección para mantener la trazada limpia. El coche no intimidaba, pero te ponía a prueba. Y lo hacía de un modo noble, con reacciones claras que inspiraban confianza.