CRITIQUEN, CRITIQUEN. Que este M2 no atiende al sentido común, y menos aún a lo políticamente correcto. ¿Es pesado? Sí. ¿Su versión CS un poquito menos? Puede ser. ¿Es agresivo? Demasiado. ¿Elegante? Bueno, dejemos esa cuestión en suspenso. El nuevo BMW M2 CS no viene a encajar en moldes. Viene a romperlos.
Por qué el BMW M2 merece estar en el top 10 de deportivos

Es el grito más puro, más visceral y más radical de nuestros amigos de la W sin pronunciar. Una declaración de guerra disfrazada de coupé, una bofetada con guante de Alcántara, un animal sin bozal ni correa y en peligro de extinción. Desde su lanzamiento, este coche ha sido objeto de un aluvión de críticas. Pero no son críticas nacidas del defecto, sino del prejuicio.

Porque si hay un coche que arrastra tradición, pasión y responsabilidad emocional a partes iguales, es el M2. Hablamos de uno de los estandartes más reconocibles y deseados de BMW M. Y ya se sabe que cuando intentas reinventar lo que roza la perfección, lo único que puede pasar es que algunos se escandalicen. Porque perfección solo hay una, y se llama nostalgia. Enfrentarse a ella es como intentar rehacer Casablanca con efectos especiales: por mucho que lo hagas bien, la gente va a decir que la original era mejor.

Es curioso pensar que algo que lleva el corazón de un M4 pueda ser juzgado con tanta ligereza. Bajo ese capó de formas afiladas y agresivas duerme el seis cilindros biturbo S58, el mismo que propulsa a bestias como el M3 y el M4. Se trata de un bloque de tres litros, gasolina, sobrealimentado por dos turbocompresores de entrada simple, que aquí entrega 530 CV a 6.250 revoluciones por minuto y un par máximo de 650 Nm disponible entre 2.650 y 5.730 rpm.

En esencia, el mismo motor del M2 base, pero con una programación electrónica revisada para mejorar la respuesta al acelerador y un sistema de refrigeración optimizado. El corte de inyección llega a las 7.200 rpm, un número que invita a exprimirlo como en los viejos tiempos.