Derek Bell entró en la Formula 1 cuando le fichó Enzo Ferrari, fue íntimo de Steve McQueen y sobrevivió a compañeros como Siffert, Peterson o Bellof. Cuando se cumplen 30 años de su quinta y última victoria en Le Mans, recordamos a este joven de 76 años que ejerce como embajador de Bentley.
La última vez que vimos en persona a Derek Bell fue hace un par de años, en un evento conjunto de Bentley y la firma relojera Breitling. El inglés iba por allí con su cazadora de cuero y su eterna sonrisa, bromeando y saludando a todo el mundo, derrochando carisma. Quien sabe si la velocidad retrasa el envejecimiento, aunque también es cierto que, cuando Bell empezó a correr, matarse en un circuito era bastante normal.
El piloto británico es un mito del automovilismo, un icono para Porsche y muchas cosas más, pero además es un hombre modesto: “nunca fui el mejor del mundo y tampoco soy imperturbable o especialmente valiente. Antes de las carreras me ponía muy nervioso, pero cuando empezaba lo olvidaba todo. Conducía coches rápidos porque sabía que podía hacerlo, no me daban miedo, tenía la habilidad necesaria para controlarlos”. De Ferrari en la F1 a Porsche en Le Mans, su camino dio para mucho.
En 2010 Porsche le rindió homenaje y el entonces presidente Matthias Müller dijo de él: “Derek Bell hizo historia con Porsche. Tanto en el 917, 935 como con el 956 siempre fue uno de los pilotos más rápidos y sobre todo uno de los más seguros y fiables. Ganó las 24 Horas de Le Mans cuatro veces con Porsche y el título mundial de resistencia dos veces. Por ello le debemos nuestra gratitud y nuestro mayor respeto”. Lo cierto es que jamás tuvo un accidente al volante de un Porsche oficial, pero vió morir en la pista a muchas celebridades que en algún momento fueron sus compañeros, como Jo Siffert en 1971, Ronnie Peterson en 1978, Stommelen en 1983 o Stefan Bellof en 1985.
Derek Bell (Pinner, 1941) se crió en una granja al norte de Londres, y a los nueve años conducía un Jeep Willys y los tractores de la familia. Siempre tuvo muy buena relación con su padrastro, que era aficionado a los coches y al automovilismo. Él fue quien le dejó conducir los primeros automóviles propiamente dichos, un Austin A90 Atlantic y un Jaguar XK 150. A sus 18 años le llevó en el Jaguar al GP de Italia en Monza, y aquello marcó al futuro piloto: “recuerdo la primera carrera del fin de semana, que era de coches de Sport. Me enamoré del Ferrari California Spider. Y me dije: “algún día tendré un Ferrari”. Nueve años después debuté con un Ferrari de F1 en esa misma carrera, es algo que me sigue fascinando hoy en día”.
Entonces los pasos para llegar a la Formula 1 no estaban tan definidos como ahora, pero tampoco era tan complicado. La vía que encontró para ser piloto fue apuntarse a la escuela de conducción de Jim Russel, la única que había entonces. Estaba muy lejos de su casa, y también pasó por allí Emerson Fittipaldi. Derek recuerda que al final del curso Jim Russel preguntó: “¿quien iba en ese coche?” y él pensó: “mierda, iba yo…” entonces Russel le dijo a Derek, delante de los otros chicos, que tenía talento para competir y que sí perseveraba acabaría corriendo con un coche oficial. Volvió a la granja y a sus estudios, pasó un año aproximadamente, hasta que un buen día llegó a su granja un joven que vendía maquinaria. Bell, que tenía 22 o 23 años, y aquel chico congeniaron, y decidieron construir un Lotus 7 (como kit car) y competir con él. Ganó su primera carrera en el circuito de Goodwood (cerca de Londres y de su casa) el 16 de marzo de 1964, en una prueba bajo la lluvia.
Su colega se casó y se olvidó de las carreras, pero su padrastro vio que realmente Derek había nacido para correr y decidió apoyarle. Lleno de cariño y agradecimiento, Bell recuerda lo que le dijo Bernard “The Colonel” Hender: “da un descanso a la granja, siempre puedes volver a los 40 años. Pero no podrás comenzar a correr cuando tengas 40 años”. El destino quiso que esa edad ya se hubiera coronado tres veces en las 24 Horas de Le Mans.
Ganó sus primeras carreras de Formula 3 en 1967, y luego pasó a Formula 2. Y lo hizo tan bien que le llamaron de Ferrari. Eran tiempos para tipos corajudos, porque se mataban pilotos punteros y también muchos novatos. Bell lo recuerda bien: “En una carrera de F3 en Caserta (Italia) murieron tres pilotos en una colisión entre once coches: Giacomo Russo, Beat Fehr y Romano Perdomi. Nadie recuerda hoy sus nombres”. Tres semanas después en Dimamarca (Djurslandring) murió Doug Revson, hermano de Pete.
Con Ferrari hizo varias carreras en F2 y debutó en la F1 con ellos en el circuito de Monza en 1968, donde tuvo que abandonar por rotura de motor. Hizo algunas carreras más esa temporada y otra en 1969, pero aquella fue una época desastrosa para Ferrari, y aquel año fueron superados por cinco escuderías. También hizo una carrera con otro coche muy malo, el McLaren con tracción total. En 1970 probó con Surtees (donde logró su único punto en F1, en Watkins Glen, EEUU) y Tecno, pero nunca tuvo un monoplaza competitivo. Al menos se llevó una victoria en F2 en España (Montjuic) con un Brabham BT30. Curiosamente, a pesar de otros triunfos de gran importancia, Bell no duda en recordarla como su mejor carrera.
Y cuando el británico veía que su trayectoria en la F1 no acababa de despegar, el importador belga de Ferrari le propuso correr en los 1.000 km. de Spa en 1970 con un 512S. Después Ferrari le ofreció un 512 amarillo oficial para Le Mans, y Derek aceptó. Fue una carrera algo accidentada porque su coche se prendió en un repostaje y luego tuvo que abandonar, pero supuso su entrada a la especialidad que le haría triunfar.
Lo siguiente que hizo fue participar en el rodaje de la película “Le Mans”, con Steve McQueen de protagonista. Esta batalla entre el Porsche 917 y el Ferrari 512 es un filme obligado si eres un adicto del motor. En ella McQueen decía:“correr es mi vida… lo de antes o después es sólo esperar”. Fue un rodaje difícil y con muchos incidentes, pero Derek ganó un amigo llamado Steve. “Creo que le conocimos de una manera que poca gente pudo hacerlo, aparte de su familia. En su otra vida todo el mundo quería ser como él, o mejor que él. Pero cuando hicimos la película él saltó a nuestro mundo, y era modesto y respetuoso”.
Bell pudo demostrar al mundo su talento en 1975, cuando ganó por primera vez las 24 Horas de LM. Fue al volante de un Mirage GR8 con motor Cosworth y con Jackie Ickx de compañero. En 1981 y 1982 volvió a ganar con el piloto belga, pero ya con Porsche 956. Según Bell, lo que más le gustaba de compartir coche con Ickx era que el belga siempre tuvo muchísima suerte. Tenía mucho prestigio, porque era un grandísimo piloto que también ganó Grandes Premios de F1 y pudo ser campeón mundial. Además los ingenieros y mecánicos le adoraban a Ickx, y daban el 100%. “Los mejores pilotos de resistencia que he conocido son Ickx, Hans Stuck y Al Holbert (los dos compañeros con los que ganó las 24 Horas en 1986 y 1987). De Stefan Bellof, que se mató en 1985 en Spa tratando de adelantar a Ickx en Eau Rouge, dice que fue el piloto más rápido y salvaje con el que compartió equipo. Con el 956 Bellof hizo un tiempo en Nurburgring Nordschleife de 6:11 min. a una velocidad media de más de 200 km/h, un récord que nadie ha superado.
La suerte de Bell está íntimamente ligada al Porsche 956/962, su coche favorito, ya que fue el piloto más exitoso durante los años de reinado de aquel modelo. Logró 16 victorias en el campeonato mundial de resistencia y 19 en el IMSA norteamericano, lo que suma un total de 35 victorias en un periodo de siete años. También logró el título mundial de resistencia en 1986 y 1987 y tres victorias en las 24 Horas de Daytona.
Uno de los éxitos que recuerda con más cariño es su tercer puesto en Le Mans con el McLaren GTR en 1995, formando equipo con su hijo Justin y Andy Wallace. Para él fue más gratificante que cualquier victoria.
Para futuros corredores Bell deja una recomendación: “Para ser un buen piloto de resistencia debes controlar tus ambiciones personales por el bien del equipo. Así es como funciona, y debes asumirlo desde el primer momento”. En 1986 fue reconocido por la Reina como MBE (Miembro de la Orden del Imperio Británico) por su servicios en el mundo de la competición. Desde 2001 trabaja con Bentley como asesor y embajador, cuando le contrataron de cara a desarrollar el programa para volver a ganar el Le Mans.
Respecto a los coches que tiene en su garaje, además del Bentley Continental V8S “de empresa”, guarda un Porsche 924 GTS de 1981 (un modelo de producción limitada) y un Ferrari 550 Maranello. Hace años tuvo un Ferrari Daytona y también 275 GTB que vendió para pagar los estudios de sus hijos. “No me arrepiento de haberles pagado la educación, pero sí me arrepiento de haberlo vendido”.
Actualmente vive con Misti, su segunda esposa, que es estadounidense. Reparten el tiempo entre su residencia del siglo XVII en Essex (GB) y la soleada Florida (EEUU), donde tiene una casa en Boca Ratón con su propio embarcadero. Además es co-propietario de un concesionario Bentley en la localidad de Naples.
Memorias de un domador de Porsche
Porsche 917
Estructura tubular, con motor bóxer 4.5 de doce cilindros. “Era muy potente pero fácil, muy ligero y estable (él lo condujo en 1970, cuando se habían solucionado los problemas de estabilidad iniciales). Tenía 600 CV y los coches actuales tienen muchos más, pero también tienen mucho más agarre. Cuando pisabas a fondo patinaba, derrapaba, humo de neumático quemado, siempre contravolanteando… Comparado con el 917, el Ferrari 512 era como un camión, aunque el 512M ya era mucho mejor”.
Porsche 935 (1976)
Monocasco de acero tomado del 930 Turbo de calle, y evolución del 934, con motor 6 cil. bóxer 2.8 turbo. Bell lo recuerda así: “Era un infierno, una verdadera bestia. No estaba pensado para lo que se usó. La distancia entre ejes era muy corta y eso le hacía delicado de conducir. También era difícil de poner a punto, con tendencia a subvirar. No quería girar, llevaba unas gomas de 18 pulgadas detrás, con el motor atrás y 750 CV. Aun así no recuerdo que tuviéramos muchos accidentes con él, aparte claro, del de mi compañero (Rolf Stommelen) que se mató en el coche poco después de bajarme yo, en 1983. En general, no cometimos muchos errores al volante porque no podías…
Porsche 956/962 (1982)
Bastidor monocasco de aluminio, con motor 6 cilindros bóxer 2.7 biturbo, fue su coche favorito, su aliado para innumerables victorias. El 962 es la evolución lanzada en 1987. “Fue un gran coche desde el principio”, recuerda Bell. La primera cosa que notabas era lo pesada que resultaba la dirección. Tenía buena adherencia, pero los neumáticos traseros no eran todo lo bueno que desearías con 650 CV empujando. Con las derrapadas se perdía tiempo, pero era fantástico. Lo más importante era adaptarse al incremento de adherencia. El 956 fue el primer coche con efecto suelo y era muy diferente del 936 con el que había ganado en Le Mans anteriormente. Tenías que aprender a pasar una barrera invisible a partir de la cual la aerodinámica funcionaba. Cruzado ese punto se agarraba increíblemente, pero hay gente que se ha comprado estos coches para correr los fines de semana y nunca han llegado hasta allí, y pasan mucho miedo”.