¿Buscas un poco de perspectiva? El piso 148 del Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo, no es mal lugar para empezar. Casi un kilómetro por encima de las polvorientas calles de Dubái, desde arriba se contemplan las ambiciones de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Ni su reducido tamaño –con la superficie de Austria y la población de Londres– ni su juventud –apenas 47 años desde su fundación– impiden a los EAU tratar de tú a tú a las potencias mundiales, una hazaña que se debe en gran medida a su apuesta por este mundo futurista que contemplamos hoy. Y en ese mundo nos vamos a subir al Mazda 3.
Esta imponente aguja, cuyo interior alberga fuentes con música y el mayor centro comercial del mundo, se construyó en solo cinco años y abrió sus puertas en 2010. Desde sus alturas puede avistarse a lo lejos el Burj al-Arab, el hotel de superlujo en forma de vela construido sobre el mar, los rascacielos alineados a lo largo de los elegantes canales de la Marina, la isla artificial de Palm Jumeirah, las estaciones de metro como armadillos gigantes y, por todas partes, grúas, grúas y más grúas.
Esta vista panorámica resume en imágenes la historia de Dubái y de su ciudad hermana y rival, en el emirato vecino de Abu Dabi. Muchos recuerdan que, no hace tanto, no eran más que aldeas pesqueras, pequeños y antiquísimos puertos comerciales dedicados al negocio de las perlas y el marisco. Hasta que se descubrió el petróleo en su subsuelo, era una tierra desértica poblada por tribus nómadas que vivían ajenas a los caprichos de las potencias coloniales y a la noción de fronteras. En la actualidad, los EAU son auténticos maestros en crear paisajes de ciencia-ficción en medio de la nada; capaces de construir más, mejor y más deprisa que nadie, aparte de China.
Por todo ello, no me sorprende la noticia de que las dos ciudades estrella de los EAU pronto estarán conectadas por un Hyperloop, un revolucionario sistema de transporte en fase de desarrollo. La idea es que unos trenes-cápsula levitarán por un túnel al vacío a tal velocidad que en 12 minutos recorrerán los 145 kilómetros que separan Dubái de Abu Dabi. Este es el más mundano de una larga lista de proyectos de los EAU en la que figuran desde taxis voladores y aeromotos de policía, hasta la recreación, en pleno desierto, de una colonia humana en Marte.
Auténtica devoción por las cuatro ruedas
¿Cómo casan estos planes con un país obsesionado con los automóviles? En los EAU se venden 400.000 coches nuevos al año, una proporción per cápita superior a la de Reino Unido o Alemania. Basta un breve paseo por la Sheikh Zayed, una rapidísima arteria de ocho carriles, para contemplar flotas de superdeportivos italianos, potentes muscle car americanos y todoterrenos con motores V8. En este país, el automóvil ocupa un lugar de honor, por eso, antes de que la marea hipersónica lo inunde todo, vamos a procurarnos una buena montura y disfrutar al volante de un vehículo a la altura de este paraíso del motor. Antes de saborear este placer hay que pagar un peaje: el denso tráfico de la hora punta.
Mi reluciente Mazda 3 Soul Red avanza a paso de tortuga por la calle Salman Bin Abdulaziz.
Al Saud rumbo a la Marina de Dubái. Aprovecho la lentitud para abrir el techo solar y alzar la mirada hacia la impresionante formación de rascacielos que flanquea el asfalto. Aunque nada de esto existía antes del año 2000, descubro un barrio rebosante de vida, con incontables expatriados –que representan ni más ni menos que el 85% de la población de los EAU– entrando y saliendo de tiendas y restaurantes. Los gobernantes de Dubái, los Maktum, no tuvieron mala idea: construye y ya vendrán.
La silueta de Dubái desaparece lentamente de los retrovisores a medida que nos adentramos en el desierto. Abu Dabi se encuentra a dos horas rumbo suroeste por la congestionada autopista E-11, que conecta a lo largo de sus 560 km el emirato septentrional de Ras Al Khaimah con la vecina Arabia Saudí, al oeste. Sin embargo, en este país de bolsillo podemos permitirnos el lujo de hacer una excursión por el camino más largo, pasando por Al Ain, junto a la frontera con Omán, y adentrándonos en la carretera de montaña de Jebel Hafeet antes de poner rumbo al noroeste.
Las carreteras son de gran calidad, sin apenas baches y con poco tráfico fuera de las zonas urbanas. Los 150 CV del motor Skyactiv del Mazda 3 rugen satisfechos y se mueven con soltura por la E-66, que muy pronto pierde uno de sus tres carriles, justo cuando la arena empieza a cubrirlo todo y a obstaculizar mi visión periférica. Abro las ventanillas y una bocanada de aire caliente se cuela en el habitáculo, acompañada del aroma de una tierra cocida a fuego lento y la melodía rítmica de la combustión. ¿Acaso no es mejor esto que volar por la oscuridad metido en un tubo hermético? Para mí sí.
Estamos ya en pleno desierto y solo tenemos que reducir la velocidad para atravesar las rotondas de nueva construcción. En Lahbab torcemos por una pista de tierra para hacer una visita relámpago al centro de cetrería y cría de halcones de Shaheen, un animal muy ligado al pasado y la cultura de esta tierra.
Caminando entre dunas
De vuelta al Mazda, nosotros también nos lanzamos hacia la ciudad de Al Ain por un paisaje solo transitado por algún SUV y por los atrevidos quads que juegan en las dunas a lo lejos. Llegados a Al Ain, encontramos una población que nada tiene que ver con Dubái: llana, con espacios verdes y una relativa tranquilidad. Ciudad natal del fundador de la nación, el jeque Zayed bin Sultan al Nahyan, Al Ain se construyó sobre los generosos acuíferos del oasis de Buraimi, poblado por el hombre desde hace miles de años.
Nos detenemos a contemplar la magnífica fortificación de Jahili, de finales del Siglo XIX.
Pese al innegable encanto de Al Ain, la razón por la que estamos aquí es la montaña que se dibuja en el horizonte. Con 1.249 metros de altitud, Jebel Hafeet no es el monte más alto de los EAU, pero tiene algo que no tienen los demás: una de las carreteras más espectaculares del planeta. Sus casi 12 kilómetros atraen como un imán desde ciclistas profesionales hasta dueños de superdeportivos. Aparte de un hotel en la cima, no tiene un destino claro. Razón de más: es una carretera que existe para el puro disfrute.
Con dos carriles de subida y uno de bajada, luce un asfalto impecable con virajes que alternan abiertas parábolas y bruscos giros cerrados. Los aparcamientos en los laterales permiten detenerse a mirar sin prisas las vistas de Al Ain y, en lo más hondo, el verde valle de Mubazzarah con sus aguas termales. Yo prefiero aprovechar el escaso tráfico y me lanzo al asfalto.
Lo que sigue es una larga tarde entregada al placer de la auténtica simbiosis con el vehículo: cuando la mecánica se disuelve en una sensación única y fluida, un grácil vuelo arriba y abajo por la carretera. El modo “Sport” mantiene las revoluciones bien altas, mientras que con el modo “Manual” basta una pequeña presión en las levas de cambio para hacer rugir el motor, ansioso por devorar la siguiente horquilla. El volante, muy bien calibrado, permite trazar la línea perfecta en cada curva sin sentir y el chasis muestra un aplomo envidiable. Queda claro que el Mazda 3 y yo podríamos pasarnos el día entero aquí, pero nos queda una parada más.
Avanzo ahora rumbo noroeste bajo un cielo despejado y paso el resto del viaje acelerando por autopistas, hasta que los primeros pasos elevados anuncian nuestra llegada a Abu Dabi. Las imponentes cúpulas de mármol de la mezquita de Sheikh Zayed conviven con estampas tan inverosímiles como la torre Capital Gate, cuatro veces más inclinada que la de Pisa. En un extremo del paseo marítimo de la Corniche se dibujan las voluptuosas líneas de las Etihad Towers y, a su lado, el hotel Emirates Palace, un homenaje a la opulencia bañado en oro y cristal. Aunque llegó bastante tarde a la “fiesta”, Abu Dabi tiene el 94% de las reservas de petróleo de los EAU y es, por tanto, el emirato que corta el bacalao en este país. Ahora, se ha propuesto competir en ambición con la vecina Dubái, que no es poca cosa.
Gran parte de la moderna ciudad de Abu Dabi se reparte en varias islas, la más conocida de las cuales es la de Yas, gracias a su circuito de fórmula 1. También brillan con luz propia el nuevo centro financiero de Al Maryah, los rascacielos residenciales de Al Reem y el nuevo distrito cultural de Saadiyat, que alberga el nuevo y espectacular museo del Louvre Abu Dabi. Ante las diferentes siluetas de acero, cristal y hormigón que van tomando forma, de repente nada me parece imposible. Ni siquiera la promesa de los viajes de 12 minutos en Hyperloop.
Cuando, al final del camino, el rubí del Mazda se posa frente al zafiro del mar, pienso que, a veces, hasta los visionarios deben aparcar las prisas y tomar el camino más largo.