En diciembre de 2015 un Ferrari 290 MM de 1956 fue subastado en Nueva York por 28,05 millones de dólares. En febrero del año pasado, un 335 S de 1957 como el que conducía Alfonso de Portago cuando se mató en la Mille Miglia, alcanzó en París 32,1 millones de euros. Además de su origen común, ambas barchettas habían permanecido muchos años juntas, ya que formaron parte de la colección de Pierre Bardinon (1931-2012). Una vez le preguntaron a Enzo Ferrari sobre la falta de un museo en Maranello, y él respondió: “No importa, Bardinon lo ha hecho por mí”.
El coleccionista galo cumplió con el sueño más elevado e inalcanzable de cualquier aficionado al motor: tenía una mansión donde atesoraba sus coches, y además se construyó alrededor un fantástico circuito donde poder disfrutarlos. Nuestro protagonista nació en el seno de la familia propietaria de Chapal, reconocido fabricante de prendas de cuero que sigue en manos de la misma familia tras siete generaciones. Fueron además los inventores de un tratamiento que hace al cuero más suave e impermeable, y fabricaron las genuinas cazadoras “B3” que llevaban los pilotos de los bombarderos de la US Army. Pierre solía recordar que desde muy niño se sintió fascinado por el Hispano-Suiza de su abuelo.
Los Bugatti estaban entre sus primeros amores, y nuestro hombre vivió su luna de miel en 1952 a los mandos de un Bugatti T35B. Después vendrían otros modelos de Delahaye, Talbot o Jaguar. Estos últimos le gustaban especialmente, disfrutaba preparando su mecánica y tomando tiempos en sus viajes de 400 km hasta París. Con su bigote perfectamente recortado y su porte aristocrático, este gentleman driver también participaba de vez en cuando en competiciones, como en la subida en cuesta del Mont Doré que se celebraba cerca de su casa.
UN SONIDO CAUTIVADOR
El enamoramiento de la marca italiana se consumó en 1954, durante las 24 Horas de Le Mans, cuando vio ganar a Trintignant y González con el 375 Plus. El sonido, el estilo y las prestaciones de los coches de Maranello le conquistaron para siempre. “Entonces no tenía dinero para comprar un Ferrari, pero varios años después, cuando estaba compitiendo con el Brabham de F2 en la subida en cuesta de Mont Doré, un glorioso sonido me cautivó. Para mí un coche perfecto debe tener dos ingredientes vitales, un motor potente y una bella carrocería, y aquel Ferrari tenía los dos. Me acerqué al dueño y llegué a un acuerdo, había comprado mi primer Ferrari”. Aquel coche, un 250 GT SWB Berlinetta Competizione de 1961 (chasis 2937 GT) era especial porque lo estrenó el piloto belga Willy Mairese (1928-1969). Era un competidor extremadamente visceral, casi suicida, a quien Enzo Ferrari admiraba por su garra.
Después de un grave accidente en las 24 Horas de Le Mans de 1968 con un Ford GT40 y tras ver su carrera acabada, Mairese se suicidó en un hotel de Ostende. Cuando Pierre Bardinon lo compró, el 250 SWB era un deportivo que comenzaba a perder competitividad frente a otros modelos más modernos. En 1964 adquirió otra joya, un 250LM, que usó tanto para las subidas en cuesta como para sus viajes a París. Bardinon fue un visionario, uno de los primeros hombres que mostró interés por los automóviles clásicos en una época en que los coches antiguos eran algo viejo, con frecuencia despreciados u olvidados. Esto le permitió comprar piezas magníficas a precios muy bajos, cómicos si tenemos en cuenta su cotización actual.
Solía recordar entre risas la ocasión en que se trajo de EE UU dos coches, uno machacado y otro en buen estado. Lo más difícil para él fue explicar a los responsables de la aduana por qué el Ferrari ruinoso había sido más caro, ya que era un ganador de Le Mans. Quienes le conocieron destacan el empeño y la perseverancia que empleó para hacerse con los modelos más maravillosos de Ferrari, estuvieran donde estuvieran y fuera quien fuera su dueño. Su personalidad meticulosa y perfeccionista le fue de gran ayuda, y sus coches los restauraba y mantenía junto a sus propios mecánicos. Solo así se explica que llegara a poseer decenas de joyas, incluyendo tres unidades del Ferrari 250 GTO –cada uno se cotiza hoy en unos 30 millones–, todas las grandes barchettas de la marca (250 Testa Rossa, 375 MM, 290 MM, 500 Mondial, 335S…), cuatro ganadores de Le Mans o trece monoplazas de F1.
Tampoco le faltaban modelos de Sport como el 312P o el maravilloso 330 P4, para muchos, incluyendo al propio Bardinon o al actual jefe de diseño de Ferrari, Flavio Manzoni, el automóvil de competición más bello jamás fabricado. Todos ellos lucían con orgullo un pequeño emblema metálico circular con la inscripción “Collection Mas du Clos”.
UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Mas du Clos era la residencia familiar cerca de Aubusson (centro de Francia) donde él vivía junto a su esposa Yanne y sus tres hijos: Anne, Patrick y Jean-François. Y fue allí donde dio forma a su sueño, en forma de su colección y de un circuito privado. Comenzó en 1963 con un pequeño trazado de 400 metros, que pronto se convirtieron en un kilómetro. Naturalmente no se iba a conformar con eso, y recorrió su propiedad de 250 hectáreas al volante de un Jeep hasta que supo por donde debía construir una pista que al final alcanzó 3,1 km de largo.
Quería tanto a sus coches que el trazado se diseñó sin frenadas demasiado fuertes, para que los viejos frenos de tambor no sufrieran en exceso. Era uno de los mejores circuitos de Francia en aquellos tiempos, y acudían a rodar allí tanto sus amigos como los equipos de competición más punteros de la época, como Matra, Ligier o Alpine. Pierre Bardinon pertenecía al club de propietarios Ferrari/Bugatti y también invitaban a otros clubes, como el de Bentley. En septiembre de 1970 se reunieron allí unos treinta Ferrari y unos veinte Bugatti y Bentley, de modo que a la hora de comer había que poner mesas para unas cien personas. Nuestro protagonista solía decir: “Para mí no hay nada mejor que el cariño de los amigos con los que compartes tu pasión. Amigos que vienen simplemente a divertirse, a ser felices y disfrutar, sin rencores ni envidias”. Además le gustaba mucho el buen vino de Burdeos y solía decir que los coches eran algo parecido, el resultado de la suma de muchos ingredientes y muchas variables hasta dar con el resultado óptimo.
Los grandes coleccionistas de entonces, en general, tenían menos dinero que los actuales magnates de la informática o las materias primas, pero sabían mucho de coches y también eran caballeros con estilo y una educación impecable. Este es también el perfil de nuestros asesores Francis Lechère y Carlos de Miguel, ferraristas que conocieron a Bardinon y que han querido compartir con los lectores de CAR algunas anécdotas.
Lechère, conseiller en véhicules de collection exceptionnels al que ya entrevistamos en septiembre de 2015, lo recuerda así: “Era un verdadero caballero, y además una persona humilde siempre dispuesta a charlar amistosamente con todo el mundo. Eso sí, respecto a los coches era muy exigente.
Una vez que estaba en París vino con uno de sus hijos pequeños a ver mi 166 Coupé Vignale, pero no lo compró porque la carrocería no era de aluminio”. También recuerda otra situación impactante: “En el verano de 1973 yo estaba con mi mujer en el aparcamiento del hotel Albert 1er de Chamonix (junto al Montblanc) y de pronto escuché un precioso sonido que me resultaba muy familiar. Eran Pierre y su gran amigo Jess Pourret, cada uno al volante de su 250 GTO”. Francis también pudo rodar en el circuito de Mas Du Clos. “En 1970 mi hermano Frederic se salió con su 250 GT California en la curva 12 y se quedó sobre el césped al borde del lago, y Pierre le felicitó cuando acabó la carrera.
Un año después, con mi California –cada hermano tenía el suyo–, quedamos por detrás de los Daytona de Gr.4, mucho más modernos, que nos ganaban en las rectas”. No era necesario ir allí con un Ferrari, y a veces los amigos rodaban con deportivos de otras marcas: “En 1973 llevé el Darnval –un biplaza de diseño propio– y Pierre Bardinon me autorizó a colocarme por delante de los Ferrari. No paró de llover en todo el día”.
EN PRIMERA PERSONA
Carlos de Miguel también rodó en Mas Du Clos una vez, aunque apenas conoció en persona a nuestro protagonista: “Fuimos allí Juan Quintano (antiguo importador para España) y yo (entonces presidente del Club Ferrari España) para la celebración del 25º aniversario el Club Ferrari Francia. Llevamos un 348, o sea que sería a principios de los noventa, calculo, y pudimos ver el museo y rodar en Mas du Clos. Se dice que Bardinon compraba colecciones enteras, se quedaba con lo que le interesaba y el resto lo vendía individualmente, de modo que solía hacer operaciones bastante buenas.
Un rumor que había sobré él, que yo no puedo confirmar, es que tenía un mayordomo que le hizo chantaje. Le dijo que, o le pagaba, o comunicaría a la hacienda francesa el valor real de todos los coches que tenía guardados. Bardinon se negó, el mayordomo “cantó” y a partir de ahí tuvo que empezar a vender coches y la cosa empezó a declinar”.
Bardinon murió en 2012 tras pasar mucho tiempo enfermo, y su esposa un año después. “En el último Le Mans Classic un amigo inglés llevaba un 312P que había sido de la colección Bardinon”, añade De Miguel. En efecto, parte de los coches han sido vendidos por sus tres hijos durante los últimos años y la sombra de la hacienda francesa ha estado siempre presente.
Según una reciente información publicada en el NY Times, la familia tenía valorada oficialmente la decena de coches que aún conservan en unos 70 millones de euros. Pero ventas como la del 335 S por 32 millones de euros, evidencian que fueron muy moderados en su valoración. Expertos del máximo nivel como Marcel Massini sitúan su valor real en unos 200 millones de euros: “Esos coches son como las Mona Lisa del mundo Ferrari”.
Se trata de bienes con un valor muy variable y subjetivo, y sujetos a impuestos de patrimonio, sucesiones o donaciones. Por eso muchas familias con grandes patrimonios prefieren ocultar bienes de este tipo o recurren a tasadores y asesores con el fin reducir sus pagos a Hacienda. Esa situación hace previsible que, a corto y medio plazo, más piezas de la colección Bardinon salgan al mercado para seguir batiendo récords.
¿Qué pensarían Enzo Ferrari y su amigo Pierre Bardinon al ver la locura desencadenada por poseer una de sus barchettas? Según fuentes fiables, el 335 S vendido en 2016 por los herederos de Bardinon vive ahora en el garaje de Brian Ross, un magnate inmobiliario de Ohio. Sin su propio circuito en casa, nos tememos que la vida en América será más aburrida para el glorioso Ferrari.