El sábado 30 de noviembre de 2013 alguien que pasaba por una ancha avenida de Santa Clarita (California) a las 15.30, grabó con su móvil un coche rojo ardiendo. Se había estrellado contra un árbol y estaba envuelto en una bola de fuego. Horas después esas imágenes darían la vuelta al mundo, porque en su interior viajaba Paul Walker (Glendale, California 1973), protagonista de la saga Fast & Furious.
Las causas exactas por las que Walker y su amigo Roger Rodas terminaron saliéndose de la carretera con el Carrera GT no se conocen, y probablemente nunca se sabrán, lo cierto es que tanto Walker como su amigo, quien iba al volante, era conductores muy experimentados. Habían participado en competición y eran socios de un negocio donde preparaban y vendían deportivos del máximo nivel. Ya en 2003 Paul Walker conducía el Nissan Skyline R34 que aparece en Fast & Furious 2. Está claro que un tipo así nunca se habría estrellado en un utilitario barato, y puede que no sea lo mismo matarse en un Porsche que en un Panda. El actor se encontraba rodando la séptima entrega de la saga Fast & Furious.
Dentro de la tragedia que supone cualquier fallecimiento accidental, las muertes con coche deportivo por medio al menos le da un barniz épico al deceso en cuestión. James Dean se mató nada más terminar la película Gigante. El 21 de septiembre de 1955 recogió un flamante 550 RS que apenas pudo disfrutar. Siete días después un Ford Custom Deluxe de 1950 se le cruzó repentinamente en la carretera 466. En la autobiografía de Johnie Cash, el músico de Arkansas enumera numerosos siniestros entre los que le rodeaban. Elvis fue un gran admirador de James Dean y era un loco de los coches, sobre todo de los Cadillac. Eddie Cochran (Oklahoma, 1938-1956) murió al estrellarse tu taxi camino del aeropuerto de Londres.
Walker era un gran tipo, abierto y alegre, y siempre disponible para apoyar causas benéficas. De hecho salía de un evento de este tipo cuando sufrió el accidente. El californiano se dedicaba a cuidar de su hija adolescente a la que adoraba y a hacer surf todas las mañanas en las playas de Santa Bárbara. A sus seguidores les queda el consuelo de que vivió y murió haciendo lo que más le gustaba.