En los años ochenta yo no quería ser Nigel Mansell. No fantaseaba con ser Luke Skywalker o Rod Stewart. No, quería llevar una camisa de flores, conducir un Ferrari y vivir en Hawai. Quería ser Thomas Magnum, P.I. (Private Investigator). La serie se estrenó en diciembre de 1980, lo que me hace sentir viejo pero también nostálgico.

El espectacular programa de Thomas Magnum
Este programa tuvo un profundo efecto en mí, un niño que estaba dándose cuenta de que los coches eran más interesantes que los dinosaurios. Me encantó la forma en que “normalizó” el 308 GTS, porque Magnum no era dueño del coche, solo lo tomó prestado y lo usó a diario, lo que hizo que el Ferrari pareciera mucho más real.
Espera, ¿me estás diciendo que no sabes de qué estoy hablando? Bien, retrocedamos.
Magnum P.I. se estrenó justo cuando el drama policial Hawaii Five-O (1968-1980) terminó su trayectoria. Esto no fue una coincidencia, porque Magnum, se creó, en parte, para hacer uso de las instalaciones que el estudio había establecido en Hawai. La trama seguía las aventuras de Thomas Magnum, interpretado por Tom Selleck, de 35 años.
Magnum era un veterano de Vietnam que había salido del Ejército (la unidad de élite Navy Seals) para convertirse en investigador privado. Vivía en una villa junto a la playa propiedad del adinerado y misterioso Robin Masters.

La finca, Robin’s Nest, estaba dirigida por un exoficial del Ejército británico, Higgins, interpretado por John Hillerman. La relación entre Magnum y Higgins formó parte de la columna vertebral del espectáculo: Higgins era un militar rígido, mientras que Magnum era un rebelde despreocupado que se alojaba en la casa de huéspedes y usaba el Ferrari.
Los guiones de Magnum eran ingeniosos y divertidos, las tramas maduras y complejas, y de fondo siempre ese paisaje tropical con vistas al océano, tan glamuroso y exótico. Además la serie fue filmada en película de alta calidad, lo que le dio un aspecto más cinematográfico que otras teleseries como El equipo A o El coche fantástico.

Al volver a ver los primeros episodios, es sorprendente comprobar cómo Magnum P.I. comenzó como una serie de los setenta.
La mayoría de los coches son clásicos de Detroit de esa época (el propio Tom Selleck es también de Detroit), las escenas callejeras están llenas de angulosos Buick Regals y Lincoln Town Cars, y todos los extras se visten como si acabaran de salir de Fiebre del sábado noche. Pero hay dos cosas que no han envejecido.
El look de Selleck se diseñó en torno a un deportista playero, con sus zapatillas y vaqueros, las gafas de sol Vuarnet y esas camisas hawaianas.

Y, por supuesto, ¡ooohh!, el Ferrari. Pero no hubo un único Ferrari, porque el modelo lo cambiaron varias veces durante las ocho temporadas del programa. En 1980, Magnum condujo un modelo de carburador de 1979, cambiando a un GTSi con inyección en la segunda temporada. En los últimos dos años, era un modelo QV “quattrovalvole”, aunque lógicamente de estas cosas solo nos dábamos cuenta los frikis de los coches (si estás leyendo esta revista muy probablemente tu también lo eres).
El V8 de 2.9 litros del 308 apenas llegó a producir 208 CV en su versión de inyección, elevándose a 240 CV en la configuración posterior de 32 válvulas.
Por supuesto nunca me importó que hubiera otros biplazas más potentes, y ahora tampoco me importa. El 308 GTB/GTS, con su diseño obra de Leonardo Fioravanti, sigue siendo uno de los Ferrari más hermosos jamás construidos, una esbelta punta de flecha, un automóvil que combina las curvas orgánicas de un Dino con la nitidez y angulosidad de un Lamborghini Countach.
‘Look’ magnum
Tengo que admitir que en los años ochenta yo solía usar gafas de sol y camisas hawaianas como las de Tom Selleck, y tengo las fotos para demostrarlo. Recuerdo que también me pregunté por qué mi look Magnum nunca coincidía con el de Selleck, y concluí que tenía algo que ver con mis hombros escuálidos y mis miembros fibrosos de adolescente.
Y tampoco llegué a conducir nunca un 308. Cuando era niño parecía imposible, y en mi pueblo tenía la sensación de que el Ferrari más cercano estaba al menos a 500 kilómetros de distancia.
Luego el 308 se renovó para convertirse en el 328 en 1985, que a su vez fue reemplazado por el 348 en 1989, muy influido por las líneas del Testarossa y menos bello desde mi punto de vista.

Para cuando me convertí en periodista del motor, en la década de 1990, el Ferrari de Magnum ya era casi un clásico. Pero su atractivo nunca disminuyó, y debido a que sigue siendo uno de los Ferrari más asequibles, todavía navego ocasionalmente por la Red buscando unidades que suelen rondar los 70.000 euros.
¿Es el aniversario de Magnum P.I. la excusa perfecta para hacer realidad mi sueño? Todo lo que necesitaba era encontrar un propietario que estuviese dispuesto a dejarme su 308, planchar la camisa hawaiana y dejarme crecer el bigote.

La banda sonora de la serie resuena en mis oídos mientras nos detenemos frente a la casa de John Lawson y encontramos su hermoso 308 GTS esperándonos. John es un diseñador gráfico con más de 30 años de experiencia en periódicos. John nos muestra el proyecto que hizo como estudiante de último año, cuando se formó como ilustrador: es un hermoso corte de un 308 GTB.
“Escribí a Ferrari solicitando dibujos técnicos y me enviaron esto”, dice John, desplegando un increíble plano del 308.
John ha sido un fanático de Ferrari y del 308 desde entonces. “Luego, George Osborne (exministro de Hacienda británico), permitió que las personas sacaran efectivo de sus fondos de pensiones en 2015”, me dice. “Recuerdas todos esos titulares sobre cómo la gente se iba a gastar el dinero en Lamborghinis? Bueno, yo salí y me compré un Ferrari”.

Sí, John aprovechó el momento y cumplió la ambición de toda su vida comprando este magnífico 308 GTS QV de 1984. Lo primero que me llama la atención es lo pequeño que es. Todos los coches se han hinchado durante los últimos cuarenta años, pero con 4,2 metros de largo y solo 1,1 metros de altura, el 308 parece un modelo a escala de dos tercios cuando los miras a través del techo abierto.
Este fue un problema para alojar a Mr. Magnum, que medía 1,93 metros de alto, así que el equipo de producción tuvo que sacar espuma del asiento y fijarlo lo más atrás posible para encajarlo.
Aún así su cabeza asomaba por encima del parabrisas, por lo que era raro verlo conduciendo con el panel del techo puesto. Como yo mido 1,82 esto no debería ser un problema para mí. Y francamente, ahora que he llegado hasta aquí, me cortaré las piernas a la altura de los tobillos si es necesario.

La manija de la puerta es un tirador negro escondido en el marco de la ventana, y los asientos de cuero son firmes y brindan apoyo. Simple y funcional, este interior es un santuario de la religión Ferrari, lleno de iconos que cualquier verdadero creyente reconocería: los interruptores de palanca y diales que lleva en la consola central, el volante con ese logo amarillo.
Y mientras tu mano descansa suavemente sobre la bola negra de la palanca de cambios, la empuja suavemente, de lado a lado, clac-clac-clac a lo largo de la rejilla. En definitiva, el hombre y la máquina en sagrada comunión.
Nos ponemos en marcha
El V8 arranca con un giro de llave y un toque al acelerador. No se oye el murmullo de un muscle car americano, solo un chirrido gutural de escape y un zumbido multiválvulas tipo máquina de coser. El embrague es ligero. La primera marcha se engrana hacia la izquierda y hacia atrás, y nos vamos. No salgo deslizando el eje trasero por la hierba al estilo Magnum, aunque ese pensamiento cruzó por mi mente.
El automóvil de John es uno de los 233 fabricados con volante a la derecha, de un total de 3.042 GTS QV (más o menos, las cifras de producción de Ferrari son siempre opacas). La posición de conducción es mejor de lo que esperaba y se siente más MX-5 que Murciélago. Al volante vas bajo y relajado, y la dirección, sin asistencia y dura a la hora de aparcar, pronto se aligera sin perder nada de su respuesta. Lo sientes tan vivo, tan conectado, que incluso a velocidades bajas es emocionante conducirlo.

Y luego, si sigues adelante, la magia comienza de verdad. La respuesta al acelerador tiene una inmediatez satisfactoria a bajas revoluciones, pero para los estándares actuales, ya no es un automóvil realmente veloz. El motor reacciona, aunque no hay un golpe de aceleración: las revoluciones suben con entusiasmo, pero el tiempo de 0 a 100 km/h es de más de seis segundos (6,1 o 6,4 segundos, depende de la fuente).
Un Golf R moderno le pasaría por encima. Pero cuando llegas al punto óptimo, entre 5.000 y 7.000 rpm, donde rinde la potencia máxima, no se puede negar su increíble urgencia e intensidad.
A revoluciones elevadas es rápido, el ruido se vuelve mucho más estridente y se convierte en un aullido momentáneo antes de cambiar de marcha. Conduciendo así, el cambio se vuelve absolutamente esencial para la experiencia. La palanca es larga, pero se puede decir que los ingenieros que desarrollaron el 308 eran verdaderos entusiastas.

De la misma forma en que la bola de billar negra encaja en la mano con naturalidad, los engranajes del cambio se adaptan perfectamente a la velocidad del motor para mantenerlo en la zona alta.
Simplemente fluye, a pesar de que el cambio de marchas es muy lento en comparación con un cambio de doble embrague con levas moderno. Manejar un cambio manual Ferrari es toda una experiencia automovilística.
Hay que guiarlo con decisión, con pasos muy marcados. Es mecánico pero fluido, algo gomoso pero también metálico. Podría haberme pasado todo el día manejándolo.

Antes de embarcarme en esta historia volví a ver un montón de episodios de Magnum P.I. en Amazon Prime, y me agradó mucho comprobar que no habían perdido su encanto, su humor o su calidad. Y, afortunadamente, el Ferrari 308 GTS tampoco defraudó.
Sigue siendo un coche increíblemente atractivo, muy emocional en comparación con los superdeportivos de hoy. No pude evitar pensar que quizá todavía hay espacio para un deportivo como este en la gama de Ferrari.
¿Un biplaza ligero de 250 CV, manual, analógico, sin asistencia, con muchos interruptores de palanca? Me temo que no lo veremos, pero siempre nos quedará el 308. Al final, lo único que no estuvo a la altura fue mi bigote.