James Bond supo de repente que estaba cansado. Siempre sabía cuándo su cuerpo o su mente habían tenido suficiente y siempre actuaba en consecuencia. Esto le ayudaba a evitar el desgaste y esa mentirosa insensibilidad sensual que genera errores. Se levantó de la mesa de bacará del Casino y se dirigió al bar. “Largo”, el gánster que era su objetivo siguió jugando. El agente 007 acabó su tercer dry Martini de la noche. Sintió la suave brisa nocturna del Mediterráneo saliendo por puerta principal del Casino de Montecarlo. Miró un instante la esfera azulada de su Omega Seamaster. Ya era tarde. Le dio una ficha al valet del parking.
Le trajeron su Aston Martin DB5 del ‘64 en inmaculadas condiciones. Hizo ronronear al motor de seis cilindros en línea y se alejó. Una vez que dejó atrás la Avenue des Spélugues, acarició, más que giró el gran aro del volante tomando las curvas en descenso. Seguía las trazas de los F1 en ese mismo circuito. Hizo rotar el eje trasero en la apretada horquilla del hotel Loewes, los escapes retumbaron ansiosos en las paredes del túnel y, con un alarido el Aston desembocó a la salida del túnel y se perdió en la noche rumbo a las piscinas.
Lewis Hamilton sonrió contento y apagó el DVD donde había visto por enésima vez el filme “Golden Eye”, protagonizado por Pierce Brosnan. Un par de días antes de ese enero de 2012, todavía con el título de campeón 2008 de la F1 en el bolsillo, se había instalado en su nuevo piso de soltero en Mónaco valorado en 10 millones de euros. Todo por una privilegiada vista sobre el puerto y el mar desde lo alto del exclusivo barrio de Fontvieille.
Y ahora él estaba allí a pocos cientos de metros del mítico casino, y del “Café de París”. Podía almorzar en “Cipriani’s” y pasear tranquilo con su bulldog “Roscoe” sin que lo molestaran. Estaba allí no para jugar al “Bacará”. Su juego transcurría a 300 km/h. Pasaba a ser, por “necesidad” (necesidad de que el fisco británico no se llevase más del 40% de sus ingresos personales) un residente más del glamoroso principado. Tenía tan solo 27 años y ya era un millonario, aunque, como muchos ingleses de fortuna, se resignaba a la condición de “expat” (expatriado). ¡Vaya sacrificio, aceptar una vida que comenzaba a ser opulenta!
Paraíso de pilotos y deportistas
Era (y es) un vecino más entre los tenistas, golfistas, estrellas de cine, dueños de bancos, arriesgados brókers, algún que otro traficante de armas, arrogantes oligarcas rusos, miembros de la realeza europea y oscuros financieros aceptados en la seleccionada “corte” del Príncipe Alberto II. Viven en Mónaco 40.000 personas, 13.000 de ellas multimillonarios y 2.000 “billonarios”. Los pilotos de Fórmula 1 se sitúan entre los más pobres, aunque son los más admirados. Allí, Lando Norris, George Russell y Max Verstappen entre otros pueden pasear sin que nadie les moleste. Los “papparazi” están totalmente prohibidos y perseguidos por la policía en el Principado. Por otra parte, si Valtteri Bottas o cualquiera de sus colegas se cruza con alguien haciendo jogging, esa persona es aún más rica y aprecia la ultra discreción…
Solo por dormir de vez en cuando en Montecarlo, Hamilton, por ejemplo, se ahorra 24 millones de euros anuales. No obstante, con 24 carreras por temporada y decenas de desplazamientos para promociones, más vacaciones en destinos más exóticos cuesta estar más de 183 días en el Principado. Seguramente Max Verstappen, que hace pareja en Mónaco con Kelly Piquet, hija del tres veces campeón mundial, el brasileño Nelson Piquet, se ahorra mucho más. Solo con lo que ahorró de impuestos de Holanda en un año adquirió su piso en Fontvieille por 16 millones de euros. Le entregaron una terraza alargada donde sitúa su bicicleta estática, cuatro dormitorios, dos de ellos en suite y una sala especial para su simulador de carreras.
Establecido en 1297 por la familia Grimaldi, con una superficie de 4 kilómetros cuadrados (poco más que el Hyde Park de Londres) el Principado de Mónaco se extiende a lo largo de una costa de 3,8 kilómetros, celosamente vigilada a sus espaldas por una elevada y serpenteante “Corniche” (cornisa) que le sirve de tortuoso acceso por carretera. No menos de nueve de los actuales 20 pilotos de Fórmula 1 residen allí. El príncipe Alberto, hijo de Rainiero, y de la rutilante actriz estadounidense Grace Kelly, fallecida en 1982 en accidente de tráfico sobre la “maldita” Corniche, es quien firma las residencias.
¿Impuestos, qué es eso?
Hay que demostrar una sólida situación financiera que permita, sin dudas, mantener el estilo de vida que se exige a los habitantes de Mónaco, alquilar o adquirir un piso a razón de solo 55.000 euros el metro cuadrado (y subiendo).
El Principado encierra a la ciudad de Montecarlo y a otras zonas igualmente sembradas de altos edificios de gran calidad: La Condamine, Fontvieille, Larvotto, Saint Romain, Moneghetti, Monaco Ville, La Colle, Les Revoires y Saint Michel.
La familia Grimaldi guarda celosamente la tranquilidad y el buen pasar de sus privilegiados residentes. El lujo con sordina, la absoluta discreción bancaria y el suave repiqueteo de las bolas rodando sobre la ruleta de los cinco casinos de la ciudad –todos de la Societe des Bains de Mer, o sea de los Grimaldi–, no son los únicos atributos de Montecarlo. Un clima benigno aun en invierno, una vida social, cultural y deportiva del más alto nivel son el gran marco cotidiano para el definitivo argumento a favor: los residentes no pagan IRPF sobre sus ingresos personales. Así es, nada. Y si tienen una empresa con sede en Mónaco, sobre los beneficios ceden el 25 por ciento al estado donde Alberto II ejerce a la manera de “Rey Sol”.
Por eso, Alex Albon (Williams), Daniel Ricciardo (RB), George Russell (Mercedes), Lando Norris (McLaren), Max Verstappen (Red Bull) y Nico Hulkenberg, Haas, han elegido, y se les ha permitido vivir cerca del Port Hercules. En ese minúsculo espejo de agua se aglomeran para el GP de Mónaco, que se disputa a finales de mayo de cada año, más de 150 yates.
Muchos eventos deportivos
En enero Mónaco es sede del legendario rallye de Montecarlo, después, del Gran Premio de Clásicos, el abierto de Tenis en abril y fútbol de la liga francesa gracias al Mónaco FC que juega en el Stade Louis II. Para los más formales quedan las veladas de ópera y danza en la Salle Garnier del Casino o en el Grimaldi Forum de la ciudad. Por todos estos atractivos y las posibilidades de hacer excelentes conexiones para emprendimientos comerciales es que, una vez retirados se han quedado a vivir allí campeones y personalidades destacadas de la F1.
Por ejemplo, Nico Rosberg, campeón en 2016 que prácticamente creció allí, David Coulthard que era propietario del hotel Columbus, Mark Weber y Daniil Kvyatt, ambos pilotos Red Bull y los coronados Mikka Häkkinen y Jenson Button.
Cuna de gigolos, ambiente para el romance
La millonaria cuarentona, duquesa y viuda de un noble ruso que huyó a tiempo de la revolución comunista le echó el ojo al guapo botones del Hotel de París, para ella un adolescente apetitoso. Louis Alexander Chiron iba y venía con demasiada frecuencia de los aposentos ducales. A los pocos meses, financiado por la duquesa, obtuvo su permiso de conductor y pasaba a ser su chófer. Un par de años después, en 1923 otra millonaria, esta estadounidense, le compraba un Bugatti Brescia y así comenzó a correr. Ganó el GP, de Mónaco de 1931, precediendo por 93 años al reciente victorioso con Ferrari y compatriota suyo, Charles Leclerc.
El millonario de los medicamentos Alfred Hoffman le patrocinó en 1926 pero Louis, incapaz de frenar ante cierto tipo de curvas, huyo con la esposa de su benefactor, Alice Baby Hoffmann. Ganador de numerosos Grandes Premios, Chiron dejó el volante en 1958. Poco duró la Hoffmann con Chiron y este aprobó que se fuera con el que iba a ser su verdadero amor: el alemán Rudolf Caracciola, el Michael Schumacher de los años 30, tres veces campeón europeo (lo que equivalía a ser un campeón mundial).
Héroe de Monaco, Chiron contó con la amistad de Rainiero III gran entusiasta de los automóviles y creador de una colección que vale la pena visitar. Su hijo Alberto II comparte esa pasión por los coches rápidos y cuida la colección de 100 ejemplares, abierta al público, donde destacan varios Bugatti.
El sistema Chiron para acceder a los más altos estratos de la sociedad monegasca sigue vigente aunque ahora muestra desde los yates cinturas estrechas, pechos generosos y abdominales de gimnasio. El exceso de dinero (¿existe en realidad eso?) en Mónaco tiene el penetrante aroma de la flor nacional, la Rosa de la Princesa de Mónaco. Ese olor atrae a modelos, señoritas y damas agraciadas y a jóvenes caballeros de grandes y elegantes portes. El objetivo de estos personajes, consciente o no, se basa en el siguiente lema: “Siempre algún euro se pega si uno se acerca lo suficiente”. Quizás por eso conviene ir al Gran Premio anual disputado desde 1929 o en otra fecha más tranquila. A lo mejor se nos queda pegado algún euro. Mientras mantenemos la esperanza, disfrutemos.