Lanzado en 1987, el Ferrari F40 es simplemente un coche de carreras matriculable. Si un acaudalado burgués paga un millón de euros por uno de ellos y comprueba que para abrir la puerta tiene que tirar de un cable, podría pensar que le han tomado el pelo. Pero al volante es uno de los coches más excitante que se puede conducir, aunque delicado y hasta peligroso.
En el interior huele a fibra, a plástico y a motor, y no hay la menor concesión a la comodidad. La estructura es tubular de acero y en los duros bácquets el piloto va sentado muy abajo. La visibilidad hacia atrás es casi nula y el motor 2.9 V8 biturbo que rinde 478 CV es una evolución del que emplea el 288 GTO, que en el F40 suena más bronco e intimidatorio.
A partir de 4.000 rpm, ese rugido se vuelve ensordecedor en el F40. Con un peso en seco de solo 1.100 kilos, acelera de 0 a 100 km/h en 4,1 segundos y alcanza los 324 km/h. El tacto de los frenos es duro y no hay dirección asistida, y conviene tener cuidado para no dar gas hasta que el coche esté completamente recto. Está claro que su hábitat natural son los circuitos y las carreteras rápidas y con buen asfalto. Aunque según la marca se fabricaron más de 1.311 unidades, muchos han caído en acto de servicio.
A lo largo de los años su cotización ha variado mucho. Cuando salió se pagaba por una unidad más de 100 millones de pesetas. Luego llegaron a estar en unos 350.000 euros, y hoy se cotizan en más de un millón, como curiosidad, Jordi Pujol Ferrusola contaba con uno de estos Ferrari F40 en su garaje, por el cual «pago» 33.000 euros por él, una autentica ganga ¿no?.