El destruido reactor número cuatro de Chernóbil se vislumbra a lo lejos mientras salimos de nuestro Land Rover Discovery IV para pasar un rutinario control de radiación antes de entrar: “Luz verde, ¡todo bien!”.
Probablemente usted recuerde lo sucedido Chernóbil. La planta del reactor número cuatro entró en crisis el 26 de abril de 1986, justo a las 1.23, irónicamente como resultado de un experimento que trataba de garantizar que el reactor podría funcionar durante un corte de energía –por si pasaba alguna catástrofe natural–. El experimento perdió el control: las temperaturas llegaron a 3.000ºC en el reactor y una explosión esparció barras de grafito y desechos nucleares por los alrededores e hizo que la radiactividad se dispara a 9.000 roentgen –la exposición a 500 roentgens durante cinco horas supone una dosis mortal–. La mayor parte de la lluvia radiactiva se centró en Bielorrusia –la Bielorrusia de hoy–, pero la nube radioactiva envolvió casi toda Europa, salvándose solo Portugal y un rincón en el suroeste de España.
Estamos aquí como parte de un viaje que ha organizado Land Rover con su Discovery en el año 2012, una aventura épica desde Birmingham a Beijing que casualmente también pasa a través de Ucrania y las puertas de Chernóbil. Nos preguntaron si querríamos ir y no pusimos ninguna pega. Eso sí, nos avisaron de que llevásemos unos zapatos a los que no les tuviésemos mucho cariño…
Los coches de la expedición son V8 ligeramente modificados –la gasolina no es muy abundante en algunas de las regiones por las que transcurre la ruta de Land Rover–. Nosotros tenemos un 3.0 SDV6 del departamento de prensa ucraniano que va a ser utilizado solamente para este trayecto. Gran cosa para nosotros y para los mecánicos de la expedición, porque no les hacía mucha gracia trabajar en un coche cubierto de radiactividad. Recogemos nuestro Discovery en Kiev y conducimos fuera de la capital ucraniana, hacia el norte por la P02. Lentamente, los bloques de pisos desaparecen, en primer lugar para ser sustituidos por suburbios con mala pinta, luego, de repente, bosques infinitos que son atravesados por largas y rectas carreteras, las superficies onduladas causan que nuestro Discovery bote arriba y abajo a medida que viajamos por ellas. Se las arregla muy bien, pero incluso la suspensión se estremece en protesta por algunas secciones.
De vez en cuando hay un Lada, un GAZ o un camión de transporte de madera, y a continuación, nada, solo los bosques, camino recto, vibraciones, bosque, camino recto, repiqueteo. Una y otra y otra vez. Finalmente, un gran cartel rojo en cirílico con imágenes de una central de energía expulsando humo rompe el tedio, 130 km desde el centro de Kiev. Nos detenemos, bajamos del cálido y acogedor interior del Discovery para tomar una foto y de repente me siento hipersensible al aire frío que toca la parte posterior de mi garganta. Rápidamente cierro la puerta otra vez, agarro el volante con calefacción, conduzco un poco más y pronto llegamos a un pequeño puesto de control.
Es la puerta de entrada a Chernóbil y parece como si fuese un control en una frontera, como si fuésemos a otro país. En cierta manera, así es: de este lado de la barrera estamos en 2012, en Ucrania, pero una vez que el hombre comprueba nuestro pasaporte y levanta esa barrera, estamos en Rusia, abril de 1986. Estamos a punto de entrar en Pripyat, la ciudad fantasma que la catástrofe nuclear de Chernóbil dejó atrás.
A raíz del accidente, se estableció una zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor de Chernóbil. El año pasado, las autoridades ucranianas abrieron la zona al turismo y se puede realizar una visita guiada, siempre y cuando usted se registre y presente toda la documentación con 11 días de antelación. Sin embargo, excepcionalmente nos han concedido un permiso especial para llevar un vehículo con nosotros. Todavía hay una espesa capa de nieve en el suelo y se nos ha advertido de que las carreteras de todo Pripyat están llenas de baches e inundadas en algunos lugares. En otras palabras, el territorio idóneo para el Land Rover Discovery. Por una vez, vamos a darle uso a la altura extra, a los gruesos neumáticos de invierno y al brillante sistema de tracción a las cuatro ruedas.
Pripyat se encuentra a 3 kilómetros del reactor, y alrededor de 50.000 personas vivían aquí. Los caminos de acceso se estrechan por la descuidada vegetación. Botamos dentro y fuera de los surcos, atravesamos montones de nieve, el Discovery se siente aislado y distante en un camino que haría temblar a la mayoría de los coches. De vez en cuando el camino se acaba o tenemos que acortar través de la nieve para acceder a una ubicación específica para fotografiar. Acabo de encender el dial de nieve del Discovery y nos marcharemos a través de la resbaladiza superficie, un flujo constante de progreso imparable. Conducimos por viejas avenidas, edificios de viviendas abandonados, ventanas rotas, fachadas desmoronadas.
El veneno radiactivo sigue presente en nuestra mente, pero la naturaleza se está recuperando. Max, nuestro
guía, apunta su medidor Geiger en una parcela de
exuberante musgo: “1.000 micro-roentgen”. ¿Qué significa eso?
¿Es eso malo? “Lo normal debe ser entre 12 y 30 microroentgen”, dice.
Regresamos al Discovery.
Hoy en día, obviamente, es difícil pensar en Chernóbil como algo más que
la escena de un evento catastrófico –un Hiroshima, un Auschwitz–, pero
antes del accidente era una sociedad modelo. “Pripyat era una especie de paraíso”, nos dice Max. “En el resto de Rusia, el salario medio era de 130
rublos, mientras que aquí era de entre 250 y 320 rublos. Usted podía conseguir Chanel Nº5 en Pripyat
cuando era muy difícil de encontrar en Moscú”. Ahora la hoz y el martillo permanecen oxidándose sobre el supermercado local, y el agua gotea desde el techo del
Hotel Pollissya.
Desde el piso superior se puede ver la planta nuclear en la distancia. Hoy el reactor está cubierto por el mismo refugio –o sarcófago– que fue erigido apresuradamente a raíz del accidente. Hay una gran necesidad de reemplazarlo, y la lava de combustible que aún contiene todavía es altamente radiactiva. Un año después de Fukushima y un cuarto de siglo desde Chernóbil, es aleccionador estar aquí con los restos del sueño nuclear sembrados delante tuyo.
En este medio, el Land Rover Discovery tiene todo el sentido: la calidad de marcha, la fácil dirección, la sensación de seguridad y protección, el impresionante motor con su incansable par y su cambio automático bien avenido, incluso la forma en la que el perezoso acelerador avanza hace de todo un excelente paquete. Al irnos de Ucrania solo sabemos que 26 años después de que el reactor número cuatro explotara, Chernóbil sigue proyectando su sombra.