La transformación de este Porsche, que comenzó en los años 80 como un 911 Carrera 3.2, hasta convertirse en el legendario Ruf CTR, es una historia que fusiona técnica y pasión en cada detalle. En Pfaffenhausen, un pequeño pueblo al oeste de Múnich, donde desde los años 60 se cultiva un amor profundo por los deportivos, Alois Ruf inició un modesto concesionario Porsche. La verdadera revolución ocurrió cuando, en 1974, su hijo optó por forjar un camino propio. Así, en 1981, Ruf Automobile GmbH vio la luz y, dos años después, se presentó el Ruf BTR, una audaz reinterpretación del 911 Turbo con motor incrementado y una transmisión de cinco velocidades.
Ingeniería y Rendimiento
El Ruf CTR llevó la reinvención a otro nivel. Con la precisión de un reloj suizo, se sustituyeron componentes de acero por piezas de aluminio ultraligero: puertas, capó y tapa del motor fueron rediseñados para esculpir una silueta más aerodinámica. La eliminación de ciertos detalles, junto a modificaciones como el aumento del arco trasero para acoger llantas de 17 pulgadas, permitió que el vehículo se deslizara por el asfalto con la elegancia de una pluma en el viento. Incluso la ubicación inusual de la boca de llenado de aceite evocaba modelos anteriores del 911, rindiendo homenaje a la tradición mientras se abrazaba la innovación.

Bajo este refinado exterior, el motor, originalmente de 3,2 litros y 232 CV, fue optimizado hasta alcanzar 3,4 litros, complementado por dos turbocompresores e intercoolers, y modernizado con un sistema de inyección Bosch, inspirado en la tecnología del Porsche 962 del Mundial de Resistencia. Cada motor se ensamblaba a mano y, a pesar de anunciar de manera conservadora 463 CV, un mando permitía ajustar la presión del turbo sobre la marcha, haciendo de cada aceleración una experiencia única y personal.
Con poco más de 1.500 kg, el CTR aceleraba de 0 a 100 km/h en apenas 3,65 segundos y alcanzaba los 339 km/h, dejando atrás a rivales tan renombrados como el Porsche 959 o el Ferrari F40. Su supremacía fue coronada en 1987, cuando en el circuito de Ehra-Lessien se consagró en la prueba “Coche más rápido del mundo”, combinando precisión y emotividad en cada curva, como una sinfonía bien orquestada.

El vibrante amarillo elegido para romper con la monotonía gris de la época le valió el apodo de “yellowbird”, un nombre que evoca la ligereza y el vuelo de un pájaro. De los 29 ejemplares fabricados, el que hoy se subasta es la unidad 26, con tan solo 1.673 km recorridos, y ha pasado de las manos de un coleccionista a un segundo propietario en 2020, quien legalizó su uso en vía pública.

Este Ruf CTR no es únicamente un automóvil; es el epítome de una deportividad que, en su momento, desbordó los límites incluso de gigantes como Porsche y Ferrari. En la próxima subasta organizada por Godding&Company el 6 de marzo, se espera que su valor supere los 6 millones de euros, reflejando tanto su escasez como la maestría con la que se ha fusionado ingeniería e inspiración automotriz.