Marchionne, CEO de Fiat Chrysler Automobiles, llama a Krief, el hombre que ha cambiado la filosofía de los supercoches al hacer que todos sigan el comportamiento de su Ferrari 458 Italia, y le encarga que busque a los mejores para crear un nuevo Alfa. El Alfa Giulia. “Los llamé uno a uno, como en Misión Imposible o en Ocean’s Eleven”, nos dice Krief. “Uno de mis elegidos estaba en Australia, trabajando para la competencia, y antes de terminar la conversación me dio el “ok”, y me aseguró que volvía para Italia”.
Reunidos en un lugar secreto –en serio– este equipo se puso manos a la obra para hacer un nuevo Alfa, con Lorenzo Ramaciotti, uno de los mejores diseñadores de Pininfarina, al frente.
Dos años y medio después esta sala blanca muestra un coche increíble: bajo, ancho y listo para la batalla. La potencia va al eje trasero, el delantero se ha adelantado hasta casi rozar los faros para dejar el peso totalmente centrado en el coche. Su apariencia es perfecta, es la berlina con la que muchos hemos soñado, sin efectos artificiales, solo músculo y potencia. “Es un coche para disfrutarlo en vivo, y eso que en foto es espectacular”.
Da gusto oír hablar a Ramaciotti. Desde hace meses conoce su coche, y aún así no para de comentarnos detalles, se acerca al Giulia, toca el pilar que sostiene la luna trasera y acaricia la línea que va del techo al maletero por encima del cristal: “Estamos muy orgullosos de esta zona. Cuando ves el coche desde el tres cuartos trasero el habitáculo parece más pequeño, se encoge ante el poder de la trasera”. La zaga es brutalmente poderosa, y muestra sus anchas vías con unos enormes rodillos que visten las llantas.
Abrimos el capó, cuyo interior es de fibra de carbono –utilizar una pieza tan cara en un lugar que no ven el cliente ni los aficionados delata que este es un coche muy serio– y aparece el 2.9 V6 biturbo. Nos deja sin palabras: 510 CV, 307 km/h, de 0 a 100 km/h en 3,9 segundos… Quiero arrancarlo e irme a conducirlo inmediatamente. El carbono está en el capó, en el techo y en la tapa del maletero. Las puertas y aletas son de aluminio y, al subir al interior, me encuentro unos bácquets de carbono –opcionales–.
El volante es perfecto, el tapizado, de élite, y me sorprende una elegante sencillez en todo el cuadro de mandos. Aparte del botón rojo para arrancar el motor llegado desde Ferrari, todo lo demás es negro, con algunos detalles en aluminio cepillado. “La sencillez no debe significar un ambiente pobre, debe ser simple, pero satisfactorio”, Ramaciotti parece Yoda dando clases magistrales y yo su mejor alumno.
No hay ningún detalle en el coche que no haya llegado a un estado de evolución perfecto, por ejemplo la matrícula trasera. Desde hace años Alfa la ubica en el paragolpes, pero para ello se necesita una instalación eléctrica y un paragolpes más grande que hace el coche más largo, así que la placa ha vuelto a la tapa del maletero para que el coche sea unos milímetros más corto.
El objetivo de Marchionne era crear un coche con el que dar la vuelta a la marca, y visto el resultado: carrocería, mecánica, interior, el cuidado de todos los detalles… este es el coche que debe conseguirlo. Solo nos queda un pequeño matiz: ponernos a sus mandos y probarlo. Si este coche es tan bueno como debe serlo, estamos ante una historia de película, con 10 Romeos modelando una espectacular Giulia, un coche que cambiará el rumbo de una marca histórica.